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viernes, 3 de febrero de 2012

¿Por qué nunca quisimos crecer?

Lo echo de menos.
Echo de menos mi vida, mi vida pasada, mi vida sencilla en cuanto a hábitos, que no quebraderos de cabeza.
Echo de menos el modo en que me educaban mis padres, lo que me enseñaban, las películas que veíamos todos en el sofá.
Echo de menos mi ventana, mi ventana al mundo. Aquella ventana desde la que veía toda una enorme montaña y que me invitaba a explorar.
Echo de menos andar por las calles retorcidas y empedradas bajo los balcones de madera. Echo de menos ir a la fuente a beber agua. Echo de menos el olor a vida.
Echo de menos la casa que me vio crecer, las paredes llenas de recuerdos, las estanterías llenas de libros y los álbumes llenos de fotos.
Echo de menos mi escuela, aquel patio al que tantas vueltas dimos, aquellos compañeros que, además, eran tus amigos.
Echo de menos teneros cerca, hablar por teléfono e ir a buscaros a vuestras casas.
Echo de menos los sitios en los que aprendí a amar, a perderme y a encontrarme, a esperarte.
Echo de menos el aire, ese aire puro y frío de montaña. Esas largas temporadas de lluvia que tanta vida daban a todo. Esas cascadas, esas piedras y esos caminos.
El repicar de los tambores cuando llegaba el nuevo año, los baúles con olor a naftalina.
Echo de menos esa inocencia y esa expectación por el futuro. Ahora que ya vivo ese futuro deseo tormentosamente regresar a mi pasado. ¿En qué momento exacto nos desprendemos y dejamos de ser niños?
Lo echo de menos...